domingo, 6 de agosto de 2017

1952-MERCADERES DEL ESPACIO - Frederick Pohl y C.M.Kornblunth (y 2)



(Viene de la entrada anterior)

Naturalmente, la Tierra de “Mercaderes del Espacio” ya ha sido rehecha de esa forma, pero la novela deja muy claro que para todos excepto para una élite de ricos y poderosos, el mundo de ese futuro capitalista por antonomasia dista de ser un sueño. Pohl reconoció haberse inspirado en la distopia capitalista de Aldous Huxley, “Un Mundo Feliz” (1932), si bien en muchos sentidos –aunque no en el aspecto de tiranía política- se parece más al “1984” de Orwell.



Las condiciones de vida son precarias ya que la cultura del consumo, en lugar de ofrecer más bienes a la población, ha esquilmado los recursos y provocado una escasez generalizada. Escasez agravada por la superpoblación, una situación que se adelantó a trabajos posteriores como el “¡Hagan Sitio! ¡Hagan Sitio” (1966) de Harry Harrison. Tan grave es el problema del alojamiento que aquellos que no pueden permitirse pagar una simple habitación se ven obligados a dormir en las escaleras de los grandes edificios de apartamentos. Un apartamento de dos habitaciones con mesas y camas plegables está considerado un lujo incluso por los relativamente acomodados y hasta los ejecutivos del más alto nivel como el viejo Fowler Schocken, poseen Cadillacs que se mueven a pedales debido al agotamiento de combustibles fósiles.  Aún peor: la superpoblación ha sido deliberadamente fomentada por las corporaciones: más gente significa más consumidores y más ventas…y demasiada gente provoca escasez y un mercado en el que los precios aumentan escandalosamente. “El aumento de población nos alegraba. Más gente, más ventas. Lo mismo el descenso de la inteligencia media. Menos cerebros, más ventas”.

Los ciudadanos de este mundo superpoblado deben enfrentarse también a un aire tan contaminado que necesitan filtros nasales o incluso cascos completos, para salir a la calle y respirar el aire. El agua de boca es muy escasa (y cara, claro) por lo que está racionada e incluso alguien de la posición de Courtenay no puede permitírsela para ducharse, debiendo utilizar en cambio la más barata y abundante agua salada. Toda la población está sometida a constante vigilancia tanto por el gobierno como por las corporaciones privadas. Y, aún más desesperante, aunque viven bajo un permanente bombardeo publicitario que les urge a consumir, los ciudadanos se encuentran con que hay verdaderamente poca variedad de productos que comprar. La voracidad capitalista ha provocado el fin de la naturaleza y la sustitución de los alimentos tradicionales por preparados sintéticos.

En ese contexto, el verdadero propósito de la campaña para la colonización de Venus es ocultar el desvío de enormes cantidades de recursos escasos a semejante proyecto cuando podrían utilizarse para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. De hecho, en esa economía de
supervivencia en que ha degenerado el capitalismo, la principal tarea del trabajo publicitario no es vender productos específicos, sino el propio sistema, de tal manera que la lobotomizada población aceptará resignadamente la pobreza y la opresión que se ejercen sobre ella. Tal y como Courtenay reconoce: “En un principio sólo se trataba de vender productos manufacturados. Un trabajo de niños. Actualmente, y con el fin de satisfacer las necesidades del comercio, creábamos nuevas industrias y remodelábamos las costumbres del mundo”.

Esas “necesidades del comercio” pueden interpretarse en este contexto como la completa americanización de la cultura global y la mercantilización desenfrenada de todos los aspectos de la vida cotidiana. En este mundo del futuro no hay poesía ni arte. El lenguaje se ha simplificado tanto que difícilmente puede producir algo que no sean eslóganes publicitarios; e individuos de clase alta como Courtenay sienten rechazo hacia la literatura de épocas pasadas. En un momento dado, el protagonista se encuentra en una habitación llena de viejos libros como “Moby Dick”, y, dado que no venden nada, los encuentra obscenos hasta el punto de sentirse físicamente indispuesto. Nos dice: “La presencia de tantos libros sin una sola palabra de publicidad no me dejaban tranquilo. No soy un mojigato que se opone a toda clase de placeres solitarios, y menos cuando sirven para algo útil. Pero mi tolerancia tiene sus límites”. En otro pasaje, Courtenay visita el Museo Metropolitano de Arte y se siente complacido al
comprobar que contiene pocas cosas excepto celebraciones de la cultura corporativa, como un busto de George Washington Hill (presidente de la American Tobacco Company, pionero en la publicidad radiofónica de tabaco en los años veinte del siglo XX) y exposiciones de campañas publicitarias clásicas: “Eran exactamente las doce menos cinco y yo estaba contemplando una de las Maidenform de la última época —número 35 en el catálogo: «Soñé que estaba pescando en el hielo sólo vestida con mi corpiño de doncella».

Entretanto, esta cultura de corporaciones profundamente mercantilistas se dirige directa hacia el desastre, confiada en que, de algún modo, en alguna parte, alguien encontrará el milagro tecnológico que permitirá salvar a la Humanidad de sí misma antes de que sea demasiado tarde. La colonización de Venus es contemplada como una solución de este tipo. La Tierra ha sido destruida por la codicia capitalista pero Venus (y, posteriormente, otros planetas) aún está ahí para ofrecer el espacio necesario a la creciente población terrestre…y los productos de Fowler Schocken. Los consistas, por otra parte, ven en Venus una utopía potencial en lugar de sólo una oportunidad para seguir cometiendo los mismos errores algo más lejos. Para ellos, es un nuevo comienzo de la misma forma que el continente americano lo había sido para los europeos en siglos pasados. Así, al final del libro, la
doctora Nevin explica a Courtenay: “Nosotros los conservacionistas deseamos la conquista del espacio. La raza humana necesita Venus. Necesita un planeta virgen, nuevo, intacto…inexplotado”.

En este sentido, resulta también sangrante la descripción de las consecuencias negativas del poder creciente del capitalismo y la influencia que los medios de comunicación de masas y la publicidad ejercen sobre las vidas de gente de todo el mundo. Estas descripciones funcionan perfectamente en la mejor tradición de la sátira literaria, exagerando la realidad con aliviador efecto cómico pero sin por ello dejar de animar a la reflexión sobre el estado de las cosas. Por ejemplo, las tácticas de marketing de Fowler Schocken parecen extremas hasta que se comparan con lo que ese gremio perpetra hoy. Una de sus tácticas favoritas es emplear formas sutiles de sugestión subliminal para que los consumidores asocien ciertos productos con la frustración o desviación sexuales; uno de sus clientes más importantes es el fabricante de una bebida llamada “Mascafé”, que incluye un ingrediente químico adictivo que asegura que sus consumidores lo serán de por vida –¿parece exagerado? ¿qué hace pues el tabaco, por ejemplo?-.

Se ha dicho que “Mercaderes del Espacio” es más una crítica a un estilo de dirección empresarial que al capitalismo americano propiamente dicho. Desde luego, algo de lo primero hay, describiendo el detestable comportamiento e infecto código ético de empresarios y ejecutivos (“Ya conoces el viejo dicho: «El poder ennoblece. Y el poder absoluto ennoblece de un modo absoluto»”). Pero lo cierto es que el segmento de las plantaciones de Costa Rica, por poner sólo un ejemplo, constituye un clarísimo ataque al modelo de imperialismo americano dominado por las corporaciones que se implantó en el centro y sur del continente durante los años cuarenta y cincuenta. El imperialismo planetario propugnado por Fowler Shocken es una exageración satírica de la doctrina Truman y su pretensión de extender por doquier la democracia americana como excusa para sostener el aparato industrial, comercial e incluso militar.

De hecho, “Mercaderes del Espacio” bien podría ser una novela de cabecera para un marxista
tradicional. Marx describió el capitalismo como un sistema en el que el trabajo se convierte en una mercancía y los seres humanos se integran en clases definidas por su relación con los medios de producción: los propietarios del capital controlan esos medios de producción, y los trabajadores, “con nada para vender excepto su propio pellejo”, deben trabajar para los propietarios si quieren sobrevivir. En la novela, el proletariado descrito por Marx es reemplazado por una nueva “clase consumidora”.

Marx también señaló la importancia de la ideología como medio de mantener a una clase social sierva del sistema económico y a otra en una posición dominante –creyendo, además, que su preeminencia sobre la clase trabajadora es buena y necesaria-. Esa ideología pudo ser el catolicismo en la Edad Media europea, pero hoy, en la Era Capitalista, es la fe en el “libre mercado”. El gobierno trabaja para mantener la estructura y, en la práctica, funciona sobre todo como un agente para la élite económica (en la novela, los congresistas, como ya dije, representan a empresas en lugar de a votantes). De nuevo según Marx, la transición del capitalismo al comunismo tendrá lugar cuando la clase dominada comprenda la posición en la que se encuentra y rechace la idea de que necesitan a la clase gobernante.

Por todo lo anterior, en la novela los Consistas, aunque hoy los podamos asociar más fácilmente con organizaciones ecologistas como Greenpeace, son en realidad una transposición bastante clara de los comunistas. La sociedad comunista soñada por Marx carecería de clases sociales y, tal y como Courtenay nos dice respecto a su lugar en el nuevo mundo que se establecerá en Venus: “El pensamiento me inmovilizó unos instantes. Yo estaba acostumbrado a mi categoría. No sería nada agradable ser otra vez un cualquiera. Le di un repaso a mis conocimientos de conservacionismo. No. Era muy difícil que volvieran a mimarme”.

Todo lo cual resulta bastante audaz teniendo en cuenta que en 1952, cuando se serializó originalmente la novela, la histeria anticomunista encabezada por el senador Joseph McCarthy y su Comité de Actividades Antiamericanas estaba en su punto álgido (de hecho, el papel de los Consistas en el libro sirve a los autores para satirizar la contemporánea persecución de comunistas). Durante esa caza de brujas, miles de norteamericanos fueron acusados de afiliación comunista, se crearon listas negras, se arruinaron familias y carreras profesionales, se forzó al exilio y se encarceló. Y, sin embargo, ahí estaba la revista “Galaxy” (y, un año más tarde, la editorial
Ballantine Books), publicando una historia cuyas simpatías izquierdistas estaban claras para quien quisiera verlas.

¿Cómo se salieron autores, revista y editorial con la suya? No sólo fue gracias a que nadie pensó que una revista juvenil barata sirviera de plataforma ideológica. En lugar de articular sus observaciones e ideas como un tratado político, Pohl y Kornbluth fabricaron una sátira. Y, para colmo, dentro de un género habitualmente tan despreciado por los intelectuales de salón como la ciencia ficción. Manteniéndose por debajo del radar, la CF ha conseguido abordar temas controvertidos, incluso explosivos, con mayor libertad y franqueza que la literatura generalista. Después de todo, los fanáticos y partidarios de cazas de brujas no suelen tener ni la inteligencia ni el sentido del humor ni la capacidad de penetración necesarias para comprender una sátira bien hecha.

Si bien no se puede decir que las advertencias de “Mercaderes del Espacio” hayan sido escuchadas, su visión del futuro sí ha tenido una gran influencia en el mundo de la ciencia
ficción y, de hecho, es uno de los textos básicos de la sátira dentro del género. Su descripción pesadillesca de una cultura corporativa violenta, sórdida y carente de alma ha sido asumida por muchos otros autores y cineastas (como Ridley Scott en “Blade Runner”). Lo mismo ocurriría con su visión de un mundo asfixiado por la superpoblación y la destrucción medioambiental, un escenario luego repetido mil veces en novelas del género.

Como decía al principio, no fue “Mercaderes del Espacio” la única obra de Pohl y Kornbluth en satirizar la apisonadora capitalista. Pohl, de hecho, tenía el convencimiento de que la ciencia ficción era un vehículo perfecto para la exploración de temas sociales y políticos. En una carta a Kornbluth fechada en diciembre de 1956, decía que “la novela de ciencia ficción, en general, es crítica social de un modo que ninguna otra categoría de novela (excepto quizás la religiosa o proletaria) puede serlo”. Así, Pohl firmaría, por poner sólo dos ejemplos,“El Túnel Bajo el Mundo” (1954) y “El Mantenimiento de la Paz” (1959), ambas historias sobre los efectos deshumanizadores del capitalismo y la automatización y las tensiones propias de la Guerra Fría. Junto a Lester Del Rey (bajo el seudónimo conjunto Edson McCann) publicó una abrasadora sátira sobre el
mundo de los seguros en “Riesgo Preferencial” (1955) y, también con Kornbluth, “El Abogado Gladiador”, sobre el mundo de los deportes y la ética americana basada en la competitividad. En 1984, apareció una tardía secuela de “Mercaderes del Espacio”: “La Guerra de los Mercaderes”, acerca de un conflicto entre las sociedades de la Tierra y Venus. Si resultó menos impactante y provocativa fue porque, para cuando fue publicada, la publicidad ya dominaba nuestras vidas. La realidad había alcanzado a la ficción.

La sátira ágil y rebosante de humor cínico de “Mercaderes del Espacio”, funciona sólo como ataque al establishment. No formula alternativas ni soluciones. Pohl y Kornbluth saben que un mundo mejor es posible, pero reconocen que no tienen la solución. Y quizá sea precisamente por no sucumbir al didactismo que su mensaje sigue teniendo total vigencia por mucho que la tecnología que describa haya quedado desfasada. El poder de las corporaciones, los peligros del crédito fácil, la seducción de la televisión como forma de evasión de la realidad, la obsesión por ganar prestigio y poder, los prejuicios de clase, el expolio de los recursos naturales, la letal combinación de superpoblación y ansias consumistas…. siguen siendo todos ellos, por desgracia, temas de plena actualidad.

La ciencia ficción de los cincuenta siempre ofrece un respiro para cerebros agotados de historias taciturnas y argumentos hinchados. “Mercaderes del Espacio” no tiene ni doscientas páginas, pero ello no le ha impedido alcanzar categoría de clásico y pionero en la introducción de los temas humanistas en la CF, una corriente que alcanzaría su máxima plenitud –y pedantería- con la Nueva Ola a mediados de los sesenta.


7 comentarios:

  1. sencillamente me encantó de las novelas mas realistas de nuestra situacion hoy en dia con la publicidad en todos lados y masiva que tenemos

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  2. Esta la tengo. La leí hace tanto que sólo recuerdo que me encantó. Por lo que dices sus autores lo clavaron. Esa fe ciega en que un invento va a salvar la Tierra y por tanto no hay que dejar de contaminar y agotar...

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  3. Sí, no ha ha cambiado nada. Los neoliberales siguen argumentando contra los neomalthusianos que, como siempre ha hecho el ser humano, ya inventará algo para solucionar los problemas derivados de la superpoblación y expolio de recursos. Sin recordar que a menudo esto ha sucedido tarde y tras guerras, revoluciones y hambrunas... En fin..

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    1. no conozco a los neomalthusianos, pero por lo poco que se creo malthus tambien se equivocaba, como marx, hacia predicciones que no tenian en cuenta los adelantos tecnologicos que vendrian e incrementarian mucho la produccion, lo de que no hay que preocuparse que ya se encontraran recursos nuevos, sin palabras. la ecologia del planeta va a sufrir mucho con trump y los chinos a los que el medio ambiente no les importa mucho, los autores de cf lo decian hace muchas decadas pero los politicos siguen igual o peor, saludos

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    2. No es este el foro para abrir una discusión sobre las teorías de Malthus, pero te recomiendo la lectura de un artículo que escribí en otro blog al respecto y en el que defiendo que aunque Malthus se equivocó en algunas de sus apreciaciones (que enseguida él mismo corrigió) la base de sus razonamientos siguen siendo válidas hoy día: http://sabersiocupalugar.blogspot.com.es/2012/02/la-trampa-maltusiana-1.html

      Un saludete

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    3. ah, parece muy interesante, lo voy a ver, es usted renacentista manuel!, jeje. saludos.

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  4. No la conocia. Una vez mas apunto algo en la lista de gracias a este blog. Por lo que cuentas, sigue completamente de actualidad

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